El Catafracto

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miércoles, 20 de abril de 2011

El paralelismo historico - ¿Se repite la historia? Parte II

2DA PARTE ¿Se repite la historia?


Grafitis eróticos en Pompeya

Si tienen algún mérito las teorías de la "morfología histórica" de Spengler y de Toynbee, ése es el de relativizar las investigaciones históricas, llamando la atención sobre dos errores bastantes comunes:

El primer error es el de confundir la historia de Occidente con la historia de la Humanidad. Nuestra sociedad occidental no es más que una civilización, entre tantas, que ha competido a lo largo de la Historia por controlar su entorno y por sobrevivir. Antes de que Occidente existiera, ya había Historia. Y la seguirá habiendo aunque la sociedad occidental desaparezca. De hecho, la sociedad occidental coexiste actualmente con al menos otras cuatro civilizaciones y todos cometemos el error de pensar en China, en el mundo islámico, en Rusia o en la India como meros apéndices del mundo occidental, como países exóticos a los que no les queda otro remedio que acabar integrándose en nuestra "avanzada" civilización, cuando son mucho más que eso: son sociedades que tienen una "historia" que sólo se solapa parcialmente con la nuestra. Y ellos piensan en nosotros como un mero apéndice, como una mera periferia, de su propia sociedad.
Pero el segundo error es más grave y consiste en considerar, como siempre han hecho todas las generaciones a lo largo de la Historia, que nuestra época es especial, que nuestra época es la "culminación" de un camino de "progreso" que ha ido perfeccionando al Hombre hasta desembocar en nosotros, los ciudadanos actuales, que somos la pera limonera comparados con nuestros antepasados.

Así, todos somos conscientes de que los imperios y las sociedades han ido naciendo y muriendo a lo largo de la Historia, pero damos por sentado que "eso" no nos va a pasar a nosotros. Eso son cosas que suceden en los libros de Historia, y que les pasaban a nuestros antepasados, que no eran tan avanzados como nosotros. ¿Cómo podría desaparecer nuestra civilización, con lo civilizados que somos? Podremos experimentar problemas, sí; podrá haber crisis económicas, tal vez; puede que se produzcan guerras muy destructivas.. ¿pero cómo va a "desaparecer", desaparecer del todo, nuestra civilización occidental?

Si está claro que somos civilizadísimos, ¿cómo vamos a imaginar que desaparecemos como los hititas, o que somos absorbidos como los mayas, o que sólo quedan de nosotros unas cuantas construcciones monumentales, como sucedió con los egipcios? Es imposible que a nosotros nos pase, porque somos más listos y más avanzados. Tan listos y tan avanzados somos que, de hecho, nos resulta difícil imaginar cómo pudo toda esa gente vivir a gusto sin conocernos, sin conocer nuestros avances y nuestra forma de vivir actual, mucho mejor que la suya.

¿De verdad somos tan distintos a toda esa gente que ha vivido y ha muerto antes que nosotros, y que ha experimentado los mismos problemas que nosotros, y que se ha angustiado lo mismo que nosotros cuando se daba cuenta de tantas cosas que no le gustaban en la sociedad de su época?

Lo malo que tiene el paso del tiempo es que arrasa con todo. Y lo que nos queda de muchas épocas pasadas no sirve para hacerse una idea suficientemente realista de cómo "sentían" tanto los que protagonizaron los grandes sucesos históricos, como la gente común a la que le tocó sufrirlos. Por regla general, los escritos que llegan hasta nosotros nos dan una visión oficial, formal, "histórica", de los sucesos. Y esa visión no representa más que un fragmento minúsculo de la verdadera realidad. E incluso ese minúsculo fragmento está mediatizado por el hecho de que sólo llegan hasta nosotros unas pocas visiones, necesariamente parciales, de esos sucesos históricos.

Imaginemos que mañana desapareciera nuestra civilización por un cataclismo y que sólo quedara al cabo de mil años un libro sobre la España actual para alimentar la imaginación de los historiadores. ¿Cómo pintarían esos historiadores la España de hoy si ese único libro que se salvara fueran las memorias de Jordi Pujol? ¿Y si fueran las de Felipe González? ¿Y si fueran las de Fraga, o las de Carrillo, o las de Aznar, o las de Tejero? Pero es que, además, ¿qué información proporcionaría ninguno de esos libros sobre la vida cotidiana y los verdaderos sentimientos de la gente?

El 24 de agosto del año 79 d.C., el volcán Vesubio entró en erupción y la ciudad de Pompeya quedó sepultada bajo una capa de 8 metros de ceniza. Gracias a eso, los restos de la ciudad se han conservado de forma extraordinaria. Entre otras cosas, esa capa de ceniza permitió que podamos conocer hoy algo que jamás se conserva con el paso del tiempo: los grafitis de las paredes. Se han publicado muchas recopilaciones de esos grafitis y la lectura de esas pintadas, de esos anuncios, de esos insultos, de esos versos populares, de esas declaraciones de amor, nos dice mucho más sobre la Roma de entonces que cualquier libro de Historia. Porque nos permite conocer cómo era de verdad la gente del común.

Resulta de lo más instructivo leer una de esas recopilaciones de grafitis, porque nos permite entender que no somos en absoluto mejores ni peores, ni siquiera distintos, cuando nos comparamos con las personas que encontraron la muerte hace casi 2000 años en Pompeya: las mismas fobias, las mismas filias, los mismos anuncios electorales, las mismas frases procaces, las mismas juergas, los mismos chistes malos y las mismas preocupaciones.

Hay una recopilación en español, de Enrique Montero, publicada por Planeta, donde se recogen los grafitis eróticos encontrados en las paredes de Pompeya (no recomiendo leerla a quien se escandalice con facilidad). Y viendo, entre esos grafitis, los que servían para publicitar los prostíbulos, es inevitable que se te vengan a la mente los anuncios por palabras que tanto abundan en nuestros periódicos de hoy en día: el mismo lenguaje, el mismo tipo de servicios, las mismas frases hechas para atraer a la clientela. La única diferencia entre aquellos grafitis y nuestros anuncios por palabras es el precio: en aquella época, lo normal era cobrar entre dos y tres ases de cobre por servicio. Las mujeres (y los hombres) con más clase podían cobrar tres o cuatro veces más.

No somos tan distintos de quienes nos han precedido. ¿Por qué pensamos que nuestro destino ha de ser forzosamente diferente al suyo?


El poder de la espada

Entre las tendencias sociales a las que la morfología histórica de Spengler y Toynbee hace referencia, juega un papel fundamental la imbricación de los sistemas económicos y los sistemas políticos. El feudalismo, el estado de clases y el absolutismo se corresponden con unas épocas en las que es la posesión de la tierra, de los bienes tangibles, lo que determina la riqueza.

La aparición de una burguesía, la consiguiente primacía de la ciudad sobre el campo y la consolidación del dinero como medio de trueque terminan, según la morfología histórica, por dar al traste con el sistema basado en la posesión de la tierra. El capital, una forma de posesión simbólica, desplaza a las posesiones tangibles como medida de la riqueza. El "dineroteniente" sustituye al "terrateniente" y, en el campo político, la revolución y el napoleonismo acaban con el régimen absolutista y entregan el poder político a esa burguesía cuyo predominio se debe a que sabe cómo multiplicar el capital. Y ese ascenso de la burguesía como clase y del capital como medida de riqueza es el que hace posible la aparición del sistema democrático. En este sentido, cabe afirmar que no puede existir democracia sin capitalismo.

¿Y qué sucede después? La crisis del sistema democrático se produjo en otras civilizaciones anteriores por la lenta corrupción del sistema. La democracia nace para que la burguesía pueda acabar con el Antiguo Régimen y conseguir el poder. Y para, de esa forma, poder establecer las reglas de juego que permitieran al capital florecer y multiplicarse. Pero, una vez conseguido el objetivo, una vez destruida la antigua clase dominante, una vez controlados los mecanismos de producción, la nueva oligarquía aprende pronto que esos mismos mecanismos democráticos que una vez le fueron útiles, ahora ya no son otra cosa que frenos que le impiden disfrutar de un poder absoluto.

Y a partir de ese momento, la Ley deja de ser una norma que garantiza la libertad, especialmente la libertad de empresa, para pasar a ser un instrumento de poder que es preciso controlar. Los poderes ejecutivo, legislativo y judicial dejan de ser un necesario freno al poder absoluto, para convertirse en algo que se puede comprar. La corrupción se generaliza a todos los niveles del sistema y el dinero pasa a convertirse en una herramienta con la que acceder a un poder que permite conseguir más dinero al margen de las leyes del mercado. La oligarquía aprende pronto que es mucho más sencillo utilizar directamente el poder que tratar de derrotar comercialmente a la competencia.

Y la quiebra de las reglas de juego termina llevando a la conclusión de que todos los métodos, incluida la violencia, son lícitos para obtener el poder. Lo cual hace que, al final, el sistema se autodestruya, cuando quienes poseen los medios para ejercer la violencia se dan cuenta de que, en esas condiciones, ya no necesitan para nada a quienes tienen el dinero. El "dineroteniente" cede su puesto al "espadateniente" y son las legiones, y no los votos, los que terminan determinando directamente quién accede al poder. Así, la democracia sucumbe por la espada y, tras una breve etapa de cesarismo, se consolida el sistema imperial que marca la muerte de esa civilización.

Sin embargo, ¿cómo nos va a pasar eso a nosotros? ¿Verdad que es ridículo imaginarse a un ejército americano entrando en el Capitolio para imponer como presidente a su general, al modo en que Julio César tomó el poder en Roma al mando de sus legiones?


El nuevo poder militar

Sin embargo, caeríamos en un error si pensamos que somos inmunes a ese tipo de peligro. A lo largo de la Historia, la superficie de los fenómenos es distinta, pero lo importante es si es distinto su fondo. En ese sentido, permítaseme hacer una pregunta: ¿Dónde radica hoy en día el verdadero poder militar? ¿En los ejércitos? ¿O más bien en los servicios de información?

Desde este punto de vista, el último medio siglo ha visto un incremento cada vez mayor del poder de los servicios de información en todo el mundo occidental (y no sólo en el mundo occidental). Y es verdad que ese poder se ha ejercido "en sentido externo": de la misma forma que las legiones romanas se utilizaban para proteger los intereses de Roma y de compañías multinacionales romanas de la época, los países occidentales no han vacilado, en la segunda mitad del siglo XX, en recurrir a las operaciones encubiertas (y también en ocasiones a los ejércitos) para proteger los intereses de su país o los de sus compañías multinacionales.

Pero hay otra labor de los servicios de información que se ha realizado "en sentido interno", con una intromisión cada vez más intensa, cada vez más continua, cada vez más descarada, en el propio funcionamiento democrático de los países. De la misma manera que llegó un momento en que no se sabía si las legiones controlaban al Senado de Roma o el Senado de Roma a las legiones, ¿quién controla a quién hoy en día? ¿Controlan los gobiernos a sus servicios de información o son éstos los que controlan a los gobiernos?

Piénsese, por ejemplo, en un John Edgar Hoover, que dirigió durante cuarenta años el FBI, utilizándolo para intervenir en asuntos que no eran de la jurisdicción policial, para destruir y controlar movimientos cívicos y para acumular dossieres sobre todos los políticos de la época. ¿Quién ejercía el poder real en los Estados Unidos mientras Hoover estuvo al frente del FBI?

Cuando el sistema democrático tocaba a su fin, se generalizó en Roma el recurso a la violencia sobre los candidatos a las elecciones: no era infrecuente que se enviara a una turba a amenazar o a agredir a un candidato, para forzar su renuncia o amedrentar a sus seguidores. Hoy en día se puede conseguir el mismo efecto sin más que airear un dossier. ¿Cuál es la diferencia? ¿Acaso existe? Sólo ha variado el método, la forma con la que la violencia se ejerce.

Contemplando las cosas desde este punto de vista, imaginemos de nuevo la escena del Capitolio que antes nos parecía tan ridícula. ¿De verdad es tan impensable una quiebra del sistema democrático? ¿De verdad es tan imposible que los servicios de información sigan acumulando poder, hasta exceder el de las propias instituciones democráticas? ¿De verdad es tan inimaginable que algún personaje que controle los servicios de información decida, en un futuro no muy lejano, prescindir definitivamente de las apariencias y asumir el poder de forma directa?

¿Creen ustedes que los mecanismos de defensa del sistema democrático funcionarían? ¿Creen ustedes que los ciudadanos, si se les enfrentara, por ejemplo, a una posible crisis terrorista nuclear (real o inventada), no acogerían con un suspiro de alivio la toma del poder por parte de un "hombre fuerte" que desplazara a una clase política desacreditada y corrupta, incapaz de manejar esa crisis?

No seamos tan soberbios, pensando que estamos a salvo de los problemas que acabaron en su día con otras sociedades que nos han precedido. Las amenazas que acechan a nuestro actual sistema democrático no son para nada distintas de aquéllas a las que se enfrentó la sociedad romana en la época equivalente de su historia. Y si no somos capaces de detectar las tendencias de fondo que se van consolidando, si no somos capaces de reconocer las enfermedades del sistema antes de que se agraven, si no somos capaces de ver las señales que anuncian el inquietante incremento del poder de esas nuevas legiones llamadas "servicios de información", pronto será demasiado tarde para reaccionar.

Las instituciones democráticas se están pervirtiendo desde dentro, con una progresiva disminución de las libertades civiles, disminución que se compensa con otras libertades meramente aparentes. Y esas instituciones se están pervirtiendo por el recurso, cada vez más descarado, a la coacción y a la violencia simbólica ejercidas mediante el poder de la información. Y urge abrir un debate, en nuestra sociedad occidental, sobre el papel real de los servicios de información dentro de un sistema democrático y sobre los mecanismos que existen para garantizar su supeditación al poder político.

Porque si ese debate no se inicia, es posible que nos terminemos encontrando, como sucedió con el emperador Didio Juliano, con que el poder aparente termina siendo subastado al mejor postor por quienes detentan el verdadero poder: los pretorianos.




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