El Catafracto

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viernes, 15 de julio de 2011

Obeliscos: Su verdadero simbolismo pagano y masonico



Originalmente los obeliscos se asociaban con el culto al dios Sol. Eran símbolos de Baal o de Nimrod. Aquellas gentes -habiendo rechazado el conocimiento del verdadero Creador-, al notar que el sol daba vida a las plantas y al hombre, comenzaron a pensar en él como Dios, el gran otorgador de la vida. Mas no solamente eran los obeliscos símbolos del sol; también eran reconocidos como símbolos sexuales. Aquellas gentes se daban cuenta que a través de relaciones sexuales se producía vida. Y por esta razón -como es sabido por todo aquel que ha estudiado- el falo, órgano reproductivo masculino, fue también reconocido (igual que el sol) como un símbolo de vida y, por ende, un símbolo del dios- Sol. ¡De ahí el significado del obelisco!

Escuchen lo que Albert Pike dice del obelisco: “De ahí la importancia del falo, o de su inofensivo sustituto, el obelisco, erguido como un emblema de la resurrección de la Deidad enterrada…”  [Dogma  y Moral p.393]

Considerando el denigrante significado de los obeliscos, no debe sorprendemos que su uso fuese prohibido por la Biblia. La palabra «imágenes», que aparece en nuestra Biblia, es traducida de varias palabras diferentes con distinto significado. Una de éstas palabras es matzebah, que significa «imágenes altas», es decir, obeliscos. Esta palabra es usada en 1 Reyes 14:23, 2 Reyes 18:4 y 24:14, Jeremías 43:13 y Miqueas 5:13. Otra palabra original que se usaba frecuentemente, refiriéndose a los obeliscos, es hammanim, que significa «imágenes del sol», es decir, imágenes dedicadas al sol u obeliscos. Esta palabra se encuentra en el texto original de Isaías 17: 8 y 27: 9.

Para que estos obeliscos pudieran presentar mejor su simbolismo pagano eran erigidos verticalmente. Así que apuntaban hacia el sol. La posición era erecta, con el fin de simbolizar al falo. Al considerar cuán importante era esta posición erecta del obelisco, para aquellos que veneraban los misterios, es interesante notar lo que Dios declaró en cuanto a tan falso culto. Dijo que sus «imágenes» -obeliscos- «no se levantarán» (ls. 27:9). Podemos darnos cuenta, así, de la oposición del Señor a estos nefastos símbolos.

Cuando los israelitas infieles mezclaron cultos paganos con su culto al verdadero Dios, ¡también construyeron «una imagen del celo en la entrada del templo! (Ez. 8:5). Esta imagen era probablemente un obelisco, el símbolo fálico; porque, como lo dice Scofield en su comentario a este capítulo, «se habían entregado a cultos fálicos».' Esta práctica de erigir obeliscos a la entrada de los templos paganos, fue una costumbre establecida en aquella época. A la entrada del templo de Tum se encontraba un obelisco igual que al frente del templo de Hathor, «el aposento de Horusy, (Tammuz).


Obelisco original en Egipto a la entrada de un templo en 
honor al dios sol (RA el dios supremo de los egipcios=Luzbel)


Al considerar el uso del obelisco a la entrada de los templos en el viejo paganismo, no debe sorprendernos el hallar «exactamente» lo mismo en la Babilonia moderna, ¡la Iglesia Católica Romana! Sí, no solamente eran puestos estos obeliscos a las entradas de los templos de los idólatras del sol, sino que al frente de la entrada de la catedral de San Pedro, en Roma, ¡hallamos el símbolo idéntico hoy en día!

La Catedral de San Pedro y su plaza circular están localizados en forma de cruz. En el centro de la plaza está situado el obelisco pagano.
Una foto aérea nos mostraría la Iglesia de San Pedro -como la iglesia «madre» de todo el cristianismo-, ¡y al frente de ella el obelisco o imagen del celo, símbolo del falo!
He aquí una increíble clave para ayudarnos a identificar a la Babilonia moderna.


 Obelisco del Vaticano, plaza de San Pedro


¿Cómo ha sido que un objeto tan abominable haya sido puesto ahí?
Cuando lo estudiamos, descubrimos que al propagarse la religión misteriosa a Roma, junto con ella llegó el uso de obeliscos como un símbolo. Y no solamente fueron los obeliscos hechos y erigidos en Roma, sino que los mismos obeliscos egipcios fueron trasladados a Roma a un gran costo y luego fueron erigidos por los emperadores y dedicados al dios-Sol, en días paganos. Y este fue el caso del obelisco que actualmente está situado ante la Basílica de San Pedro.

No es solamente una copia de un obelisco egipcio, ¡sino que es el mismo obelisco que era adorado en Egipto tiempos atrás! Calígula, en los años 37-41 después de Cristo, hizo transportar este obelisco desde Heliópolis (Egipto) hasta su circo de las colinas del Vaticano, donde actualmente yace la Catedral de San Pedro. Heliópolis, la ciudad de donde fue transportado originalmente este obelisco, no es más que el nombre griego de Beh.Semes, ¡el cual era el centro egipcio de adoración al sol de tiempos atrás! Y es este el sitio del que dice la Biblia que « ... además quebrarán las estatuas de Beth-semes que es en tierra de Egipto y las casas de los dioses de Egipto» (Jeremías 43:13).


De tal forma que el mismo obelisco que una vez estuvo en el antiguo templo pagano, centro del paganismo egipcio (Heliópolis o Beth-semes), ahora está situado ante el templo que es el centro del paganismo moderno, la llamada Catedral de San Pedro, la iglesia «madre» del catolicismo. Esto parece más que una coincidencia.

Aquel obelisco de granito rojo del Vaticano mide 83 pies de altura (132 pies con sus cimientos) y pesa 320 toneladas. En 1586, para asegurarse de que el obelisco estuviese situado directamente a la entrada de la Catedral, fue movido a una corta distancia de donde está hoy situado, en la Plaza de San Pedro, por orden del papa Sixto V.

No era tarea fácil el mover este pesado obelisco, especialmente en aquellos días. Muchos hombres se negaron a hacer esta tarea, especialmente cuando el Papa pronunció la pena de muerte si el obelisco era soltado y roto. Tal sentencia indica por sí misma cuán importante consideraba el Papa y su pueblo al ídolo tan abominable.

Las multitudes llenaron la extensa plaza. Mientras el obelisco era removido, la gente que estaba allí -bajo pena de muerte- fue obligada a mantenerse en silencio hasta que se terminó la recolocación. Nuevamente notamos la importancia que la Iglesia Romana atribuía a este ídolo.

Finalmente, el obelisco fue levantado, sonaron cientos. de campanas y rugieron los cañones y la multitud gritó entusiasmada. Se dedicó al ídolo a la «cruz», celebraron una misa y el Papa pronunció una bendición para los trabajadores y sus caballos.
(ver Monumentos Antiguos de Roma, pág. 177, de Theodore Pignatorre).

Dentro de las antiguas naciones paganas, no solamente fueron hechas estatuas de los dioses y diosas de forma humana, sino que muchos objetos eran venerados y tenían un significado simbólico, oculto y misterioso.

Un ejemplo de esto se puede ver en el culto a los antiguos obeliscos.
Diodoro dice que la reina Semíramis erigió un obelisco en Babilonia de 130 pies de altura (Enciclopedia de religiones, Vol. 3, pag. 264). En esta forma podemos notar que los obeliscos eran usados en la religión babilónica. Pero es en Egipto que su uso fue más preeminente.
Como es sabido, Egipto llegó a ser una gran fortaleza del paganismo y de los antiguos misterios religiosos.
Hay un gran número de estos viejos obeliscos todavía en Egipto.
(ver Monumentos Antiguos de Roma, pág. 177, de Theodore Pignatorre).


La plaza que rodea el obelisco está formada por 284 columnas en estilo dórico, ¡y costó aproximadamente un millón de dólares! ¡El uso de estas columnas fue copiado directamente del estilo de templos paganos! Especialmente del antiguamente conocido Templo de Diana. Igual que el obelisco, estas columnas que rodeaban dicho templo eran también consideradas como "símbolos misteriosos" del falo.

En el vestíbulo del templo pagano a la diosa, en Hierápolis, por ejemplo, una inscripción referente a las columnas dice: "Yo, Dionisio, dediqué estos falos a Hera, mi madrastra" (ver Enciclopedia de Religión y Etica, de James Hasting, "Arte Fálico"). Y aun así, estas columnas fueron usadas en abundancia para construir el circular de la Plaza de San Pedro, la cual rodea al obelisco egipcio.


 Asimismo, al escoger las colinas del Vaticano como sitio de la "Iglesia madre" del catolicismo, fue el resultado de una mezcla del paganismo. En tiempos anteriores, esta colina -como lo indica la misma palabra-era un "sitio de adoraciones divinas" (Vaticinia). Se dice que este nombre proviene del nombre de la deidad Vaticanus, quien tenía su sitio preeminente en esta colina (ver Monumentos Antiguos de Roma, pág. 75, de Theodore Pignatorre).
Más tarde la colina fue usada para los festivales anuales en honor a Attis o Tammuz, hijo de la "Gran Madre". En este festival se cortaba un pino y se le ataba a su tallo una efigie del dios.

Esta efigie era más tarde enterrada en una sepultura. Estos ritos son aún ejecutados en todo país católico, ritos que son una mezcla del antiguo paganismo con la cristiandad. Como algunos de los ritos antiguos en honor a Tammuz, eran eventos similares a los que les sucedieron a Cristo (tales como su muerte, sepultura, etc.). Paganismo y Cristianismo fueron unidos "casi sin interrupción", ya que estas ceremonias eran celebradas en un santuario de la colina Vaticana, que fue más tarde poseída por los católicos romanos y la Iglesia Madre de San Pedro, que está situada actualmente en el mismo sitio.

Pero la iglesia apóstata de Roma, por razón de su mezcla con el mundo, llegó a obtener gran poder y riquezas bajo el reino de Constantino. Siguieron como modelo el construir edificios eclesiásticos de gran lujo y valor-un ejemplo que se ha prolongado hasta nuestros días-.Sus edificios eran más elaborados y costosos de lo necesario. Y esta idea se ha arraigado tanto en la mente del pueblo, que la palabra iglesia, para una gran mayoría, significa un Edificio; mientras que la verdadera interpretación que hallamos en la Biblia nos indica que la iglesia es un grupo de personas que alaban a Dios y quienes son templos del Espíritu Santo.

Todos estamos familiarizados con la gran Torre de Babel y sabemos de cómo Dios se enojó en contra de ellos. Hemos también notado cómo se expandieron otras ideas desde Babilonia. ¿Podría ser este el origen de construir una Torre en relación con los templos religiosos?


 Zigurat escalonado de Ur en Babilonia
(observar la gran similitud con las construcciones 
piramidales del antiguo Egipto)


Durante los primeros días de Babilonia, el pueblo dijo: "Vamos, edifiquemos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo" (Gen. 11: 4). Sin duda alguna que la expresión "... que llegue al cielo" fue para indicar gran altura. Esta misma expresión la encontramos en Deut. 1: 28, que menciona grandes ciudades cuyas murallas se levantan "... hasta el cielo". De igual forma, la torre de Babel fue planeada para que tuviese gran altura. ¡Pero no debemos suponer que estas construcciones de Babel eran con el fin de elevarse hasta el cielo, donde está el Trono de Dios! ¡No! ¡Su deseo no era estar ante la presencia de Dios! Al contrario, hay suficientes evidencias que indican que la torre estaba relacionada con su religión, con su culto al sol.

Los historiadores se refieren a Babel como un Ziggurat (una torre con pequeñas pirámides que van indicando diferentes historias). De todos los majestuosos monumentos de Babilonia, la grandiosa torre de Ziggurat fue sin duda alguna una de las construcciones más espectaculares de su era, elevándose majestuosamente sobre su gran muralla de miles de torres. Alrededor de la vasta plaza se separaban recámaras para los viajeros y también para los sacerdotes que vigilaban el Ziggurat. Koldewey llamó a esta colección de estructuras "el Vaticano de Babilonia" (ver Antiguos Templos y Ciudades, de Albert Champdor). Aunque Babilonia era conocida por su grandiosa torre del pasado, también tenia otras numerosas torres por las cuales también se las conocía.


Se cree que uno de los significados del nombre de la diosa Astarté (Semíramis), escrito como Ashttart, quiere decir "la mujer que edificaba torres" (ver "Las Dos Babilonias, pág. 307, de Alexander Hislop). La diosa Cibeles (quien también ha sido identificada como Semíramis), era conocida como la diosa portadora de torres. La primera (dice Ovid) que edificó torres y ciudades y por lo cual fue representada con una corona en forma de torre sobre su cabeza, como también lo fue Diana, ¡la torre es un emblema de la Virgen María! (Ver Diccionario de símbolos, pág. 326 de J.E. Cirlot). Encontramos entonces una conexión definitiva dentro de la adoración a la diosa-madre y las torres de la religión babilónica.

Algunas de las antiguas torres fueron construidas por motivos militares -torres de guardia-¡Pero la mayoría de las torres construidas en el Imperio babilónico fueron exclusivamente religiosas y asociadas con el culto al sol y unidas al templo!

En la cima de las torres religiosas, una cúspide frecuentemente apunta al cielo. En realidad, el ápice o capitel nos es tan familiar y se usa tan generalmente, que su origen nunca nos preocupa, es, simplemente, una forma modificada del obelisco del cual hemos hablado. Cuantiosos escritores mencionan cómo el ápice o capitel originalmente no fue más que otra forma de obelisco, un símbolo del falo (ver "Isis Descubierta", pág. 5, de H.P. Blavatsky). Actualmente, existen especímenes fantásticos de símbolos que fueron originalmente fálicos... , todos mostrando la influencia de antepasados idólatras (ver "Las Costumbres de la Humanidad", pág. 55, de Lillian Eichier, de 1937).

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Obeliscos en todas partes del mundo
¿Casualidad?


Angel de la Independencia - Mexico


Obelisco de Nueva York
(Obelisco genuino del Antiguo Egipto)

 Plaza de la Concorde - Francia
(Obelisco genuino del Antiguo Egipto)

Obelisco de Letran - Italia
(Obelisco genuino del Antiguo Egipto)


Obelisco High Park - Inglaterra
(Obelisco genuino del Antiguo Egipto)


Y EXISTEN MUCHOS; MUCHISIMOS MÁS ALREDEDOR
DEL MUNDO...


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Consideraciones sobre nuestro
obelisco de Buenos Aires


 Recordando algunas apreciaciones sobre el monumento porteño, el cual se pudo saber algo sobre su historia y construcción en la publicacion de ayer (http://catafracto.blogspot.com/2011/07/la-historia-del-obelisco-de-la-ciudad.html), agrego algunas consideraciones que no quiero dejar pasar.

"Como símbolo, recuerda a aquel precario y grueso madero sobre el 
cual juró apoyando su espada Don Pedro de Mendoza en 1536."

Debido a la falta de conocimiento, nos han hecho la idea de hacernos recordar la conmemoración del cuarto centenario de la primera fundación de Buenos Aires con la excusa perfecta para erigir un monumento en forma de obelisco. Al parecer hay un cierto fundamento de acuerdo a cierta obra al oleo.

Segun la leyenda, fue la espada de Don Pedro de Mendoza que en conmemoracion a la fundacion de la ciudad de Buenos Aires apoyo simbolicamente en grueso madero (tal como vemos en la foto de arriba). Pero el motivo del cuadro al que se hace referencia es al de la segunda fundación de Buenos Aires en el año 1580 por Don Juan de Garay - la obra fue realizada por el señor Jose Moreno Carbonero -.

Realmente no conozco si ese madero que se ve en la obra realmente existio o no. Lo que si podemos conjeturar es que precisamente dicho madero tiene enormes reminiscencias a lo que podría ser un obelisco.



Esta foto en el momento de la inauguracion del monumento es muy singular. Teniendo en cuenta todo lo que hemos leido acerca del verdadero significado acerca de los obeliscos, no es para menospreciar cierto aspecto visual de la foto. Si observan la base del obelisco, verán que hay gente y que se despliegan banderines en forma de rayos emanando del centro del monumento. Recordemos que este monumento simboliza la adoracion al sol. La foto es elocuente y habla por si sola en cuanto a lo que se trata de este tema.


Bueno..... No hay mucho para explicar,
ya se habran dado cuenta...


Fuentes:

http://laerafinal.blogspot.com/2009/07/adoracion-al-sol-uploaded-on.html

http://hijosdelrey.org/index.php/movimiento-misionero-mundial-jesus-vencio-a-la-muerte/104-simbolos-paganos-de-magia-y-brujeria-que-debemos-evitar


Consideraciones sobre nuestro obelisco de Buenos Aires: Por Valjean

jueves, 14 de julio de 2011

La historia del obelisco de la ciudad de Buenos Aires



    El Obelisco; icono emblemático no solo de Buenos Aires sino también de Argentina, es un lugar de cita obligada para turistas y punto de reunión para eventos multitudinarios de los porteños.

Sin embargo, como tantos otros monumentos o edificaciones, muchos de nosotros no tenemos idea realmente de la historia y significado de tales.

Hoy les presentare la historia del conocido obelisco de Buenos Aires. Veremos quienes lo construyeron y porque.

Pero más que un simple monumento con su propio significado, veremos más allá de lo evidente; más allá de lo que los simples profanos podemos ver; y ahí realmente veremos tal como es la realidad. Nos daremos cuenta que las cosas no son tan inocentes como parecen o como nos quieren hacer creer, y con suma certeza la consigna: “el conocimiento es poder”, es totalmente real.

Conoceremos la realidad, pero eso será para la segunda parte el día de mañana. Hoy veremos la historia “inocente” del monumento y como se concibió su construcción.


LA HISTORIA DEL
OBELISCO DE LA
CIUDAD DE
BUENOS AIRES




EL OBELISCO: SIMBOLO DE LA CIUDAD

Con sus 67 m. de alto (equivalente a 32 pisos de un edificio tipo), su base de 7x7 metros, su original revestimiento de piedra blanca de oláen extraída de minas en las sierras de Córdoba, su estructura de hormigón armado hueca, por cuyo interior asciende una escalera de hierro de 342 escalones hacia las cuatro ventanas en el ápice y su pararrayos invisible para los peatones; el obelisco se impuso al alma de los porteños, convirtiéndose en uno de los símbolos más característicos de nuestra identidad ciudadana.



Según afirman diversos psicoanalistas, su natural vinculación con lo fálico hace del obelisco un referente de poder y veneración para todo ser humano. Una interpretación vernácula del símbolo permite asociarlo a la ruda moral del tango y la milonga, en la que el poder del hombre es un atributo esencial, también demandado por la mujer.

Ese vínculo con la música típicamente porteña permitió acaso al obelisco convertirse muy pronto en el símbolo de la ciudad.



HISTORIA

En 1936, las cuadrillas municipales ya habían abierto un gigantesco hueco en pleno Buenos Aires por donde pasaría la avenida 9 de Julio, "la más ancha del mundo".

En el medio de ese claro que había dado por tierra con viejos cafetines y teatros de varieté, en el cruce con la avenida Corrientes, se construyó la Plaza de la República. Y allí, como un gran mojón que cortaba a Corrientes, que ya habla dejado de ser angosta, se levantó el Obelisco.




Fue el homenaje de Buenos Aires al Cuarto Centenario de su Primera Fundación y representaba el espíritu progresista de una época. Por entonces, el intendente era Mariano de Vedia y Mitre, a la vez que ejercía la Presidencia de la República el General Agustín P. Justo.

El anuncio de su construcción provocó una verdadera polémica, hubo muchas críticas de los vecinos y en especial de los opositores al oficialismo, por entonces conservador. Se cuestionó su presupuesto, y hubo inclusive reclamos por supuestos actos de corrupción.

El diseño fue del Arquitecto Alberto Prebish, e intentaba resolver con elegancia y monumentalidad el triple cruce de dos de las más importantes avenidas de la ciudad, a las que se agregaba la Diagonal Norte, recientemente construida.


 Momento inaugural del monumento


La obra comenzó el 20 de marzo de 1936 y fue inaugurada el 23 de mayo de ese año. Fue diseñado por el arquitecto Alberto Prebisch (uno de los principales arquitectos del modernismo argentino y autor también del vecino Teatro Gran Rex, en Corrientes y Suipacha), a pedido del intendente Mariano de Vedia y Mitre (nombrado en la presidencia de Agustín Pedro Justo). Con respecto al motivo de la forma del monumento Prebisch dijo:
Se adoptó esta simple y honesta forma geométrica porque es la forma de los obeliscos tradicionales... Se le llamó Obelisco porque había que llamarlo de alguna manera. Yo reivindico para mi el derecho de llamarle de un modo más general y genérico «Monumento».

Su construcción, a cargo de la compañía inglesa Siemens, Bawnion, Geope, Green & Bilfinger, duró apenas cuarenta días y fue llevada a cabo por más de 150 obreros que trabajaron en dos turnos, se debieron salvar las dificultades que significaban los túneles del subterráneo mediante la construcción de bóvedas en su fundamento.

Su altura es de 67,5 m, y de estos 63 m son hasta la iniciación del ápice, que es de 3,5 m por 3,5 m. La punta es roma; mide 40 cm y culmina en un pararrayos que no logra verse por la altura, cuyos cables corren por el interior del Obelisco. La base tiene 6,80 m de lado.






Tiene una sola puerta de entrada (en el lado oeste) y en su cúspide hay cuatro ventanas, a las que sólo se puede llegar por una escalera recta de 206 escalones con 7 descansos cada 8 m y uno a 6 m.

 Como símbolo, recuerda a aquel precario y grueso madero sobre el cual juró apoyando su espada Don Pedro de Mendoza en 1536.

Fue emplazado en el sitio exacto donde flameó por primera vez en la ciudad la Bandera Nacional (la torre de la iglesia de San Nicolás, el 23 de agosto de 1812), y se inauguró formalmente el 23 de mayo de 1936 a las 3 de la tarde.

El 20 de febrero de 1938, Roberto M. Ortiz sucedió a Justo, y designó como nuevo Intendente de la ciudad a Arturo Goyeneche. En junio de 1939 el Concejo Deliberante sancionó la demolición del Obelisco por Ordenanza Nº 10.251, aduciendo razones económicas, estéticas y de seguridad pública. Sin embargo la ordenanza fue vetada por el Poder ejecutivo municipal, caracterizándola como un acto carente de valor y contenido jurídico, ya que altera el estado de cosas emanado del Poder Ejecutivo, y que se trataba de un monumento bajo jurisdicción y custodia de la Nación, a cuyo patrimonio pertenece.

En donde se emplaza el Obelisco, previamente, debió demolerse la iglesia dedicada a San Nicolás de Bari. En ella se había izado oficialmente por primera vez la Bandera Argentina dentro de la ciudad de Buenos Aires en 1812.


Iglesia San Nicolas de Bari antes de ser demolida
para el emplazamiento del obelisco.


 Para su construcción, que costó 200.000 Pesos Moneda Nacional, se utilizaron 680 m³ de cemento y 1360 m² de piedra blanca Olaen de Córdoba. El tendido de la línea del subte «B» favoreció la construcción del monumento, pues facilitó la colocación de los cimientos sobre los túneles formándose la base de hormigón de 20 m de lado y 1,50 m de altura sobre vigas de 1,80 m de alto que se apoyan en los costados sobre zapatas del mismo material de 1,20 m de alto y de 3 m y 4 m de largo respectivamente. La losa plana del techo del túnel del subte permite el paso de la losa de fundación del obelisco.

Como consecuencia de algunos desprendimientos del revestimiento de piedra, que ocurrieron en la noche del 20 al 21 de junio de 1938, al día siguiente de haberse realizado en el lugar un acto público con la presencia del presidente Ortiz, se decidió eliminar dicho revestimiento en 1943, y se lo reemplazó por uno de cemento pulido realizándole hendiduras que simulan las juntas de las piedras. Al quitarse las lajas no se tuvo en cuenta que se retiró una leyenda que decía «Alberto Prebisch fue su arquitecto».

La estructura del mismo, basada en la estética racionalista, generó más de una polémica entre los partidarios de la renovación de la ciudad y los sectores más tradicionalistas. Actualmente ya se lo considera como un ícono de la ciudad.



 Fuentes:




martes, 5 de julio de 2011

Libros: Tratados Morales de Seneca



En un mundo inmerso en el hedonismo y el permisivismo, dónde el placer y la riqueza se han convertido en valores máximos prácticamente indiscutibles, resulta un poco difícil exponer la filosofía de los últimos estoicos romanos. Y, sin embargo, resulta bastante apropiado si uno tiene en cuenta que estos filósofos vivieron y escribieron en un mundo que, en muchos sentidos, resultaba muy similar al nuestro. Porque Séneca, Epicteto y Marco Aurelio fueron testigos del mismo hedonismo y de la misma relajación moral que observamos hoy por casi todas partes. Sólo que nuestros actuales intelectuales, cuando se trata de ellos, los relacionan con la decadencia del Imperio Romano mientras se resisten a admitir que, dados los mismos síntomas y por los mismos motivos, Occidente se halla hoy prácticamente en la misma decadencia. Con lo que Oswald Spengler tiene amplias posibilidades de terminar teniendo razón.

En las obras  de estos estoicos uno se topa a cada paso con el concepto de la virtud. No deja de ser sintomático que hoy resulte necesario explicar el término para guiar al lector. Por de pronto, establezcamos qué NO es la virtud estoica. No es, como muchos imaginan, algo limitado al pudor o a la moralidad sexual. La moral estoica, si bien incluye y exige un comportamiento sexual digno – excluyendo contrario sensu a la lascivia y a la lujuria desenfrenadas – va mucho más allá de la simple erótica y, por lo tanto, la virtud, tal como la entendían los estoicos, es algo muchísimo más amplio que la preocupación por establecer quién se acuesta con quién y por qué. En realidad, si pusiésemos a la moral sexual de griegos y romanos un poco bajo la lupa muy rápidamente nos daríamos cuenta de que esa moral aceptaba con naturalidad y hasta indiferencia cosas que nuestra moralina burguesa de tan sólo un siglo atrás habría condenado escandalizada. Y hasta cosas que cualquier moral sana y robusta rechazaría asqueada; los primeros cristianos no exageraron en absoluto cuando condenaron en durísimos términos las perversiones paganas.

Pero vayamos a lo positivo y veamos brevemente qué entendían los romanos cuando hablaban de virtud. La etimología de la palabra puede llegar a resultar bastante curiosa para una persona actual. “Virtud” proviene del latín “virtus” que, a su vez, se relaciona con “vir”. Su significado principal es el de “valor” o “valentía” y más propiamente de “valentía física” ya que “vir” o “vis” se traduce por “varón” o “fuerza”. De allí términos como “virilidad”,  “virulencia”; incluso “virtual”, indicando que algo tiene fuerza a pesar de no ser real.

El hecho es que, además de estos juegos de etimología (que rara vez son para confiar del todo), en la Roma antigua las personas de sexo masculino se distinguían en dos clases muy diferentes: por un lado podemos hacer referencia a los “vir” o “varones” y por el otro a los “homo” u “hombres”. El “varón” romano es asimilable a los conceptos de señor, guerrero, hombre libre, propietario de bienes y personas, mientras que el “homo” (que quizás tenga algo que ver con “humus” – tierra) es prácticamente el esclavo, el siervo (“servus”), el subalterno. La “virtus” correspondía, naturalmente, al “vir” o “varón” y marcaba el comportamiento que le permitía conservar su estado de Señor y hombre libre mientras que al “homo” le correspondía la “humanitas” que marcaba el comportamiento del siervo, del esclavo, de la persona dominada.

No deja de sorprender la metamorfosis que han sufrido estos conceptos con el tiempo. No habría que forzar, para nada, los argumentos si se quisiera demostrar que la idea del “vir” o la virilidad se halla hoy fuertemente devaluada mientras que el concepto de “homo” o “humanidad” goza – al menos en el ámbito de lo “políticamente correcto” – del mayor de los prestigios. Incluso en esta traducción se ha optado por emplear el término “hombre” ya que “varón” sonaría a arcaísmo para la gran mayoría de los lectores de hoy y “hombre”, mal que bien, todavía tiene una reminiscencia de generalidad. Y la aclaración es necesaria porque no sólo hemos perdido el uso y hasta el significado de la palabra “varón” sino que, gracias a un feminismo que reclama todos los derechos sin hacerse cargo de casi ninguno de los deberes, el empleo de la palabra “hombre” casi ha perdido su significado universal como sinónimo de “ser humano”. Con esto de haber perdido el concepto de lo varonil y haber exagerado el concepto de lo humano hasta la sensiblería, un romano de la época de Séneca diría que nuestra civilización se ha afeminado al tiempo que ha adoptado una moral de esclavos.
Es que la Antigüedad tenía una concepción muy diferente de estas cosas. Según Platón, el hombre dispone de tres grandes recursos para conducirse por la vida. Estos recursos son: el intelecto, la voluntad y la emoción. A cada uno de estos recursos le corresponde una virtud. La sabiduría es la virtud del intelecto que nos permite diferenciar lo correcto de lo incorrecto y saber cuando y cómo hacer las cosas para que estén bien hechas. La valentía es la virtud de la voluntad. Gracias a ella tenemos el valor y el coraje de hacer lo que la sabiduría nos dice que hay que hacer. Y por último, la disciplina es la virtud de las emociones y nos permite controlar todo aquello que nos impulsaría a alejarnos o dejar de lado los deberes dictados por la sabiduría.

En términos generales, ésta era la idea que sostenían los estoicos romanos cuando hablaban de virtud; por supuesto que con matices e interpretaciones personales. Más tarde, el cristianismo heredaría el concepto y lo desarrollaría concibiendo las tres virtudes teologales de Fe, Esperanza y Caridad, junto con las cuatro cardinales de Prudencia, Fortaleza, Justicia y Templanza. Y ya que mencionamos la moral cristiana como heredera de al menos buena parte de la moral estoica, forzoso es, también, marcar algunas importantes diferencias.

El estoicismo surgió originalmente en Grecia y se desarrolló a partir de las enseñanzas de Zenón de Citio (336-264 a.C.), fundador de una escuela de filosofía que tenía su sede en un lugar denominado "Stoa Poikile" que significa "pórtico decorado". El lugar - la Stoa - se convirtió luego en el nombre de toda la escuela filosófica y es la última de las famosas escuelas de la Atenas antigua. Pertenecieron a ella en la primera época (Siglos III a II AC), Zenón, Cleantes y Crisipo. En la segunda época (Siglos II a I AC) se destacan Panecio, Posidonio y Cicerón.

Al final del siglo II a.C., la filosofía estoica estaba firmemente asentada en Roma, tanto en las clases nobles como en las menos aristocráticas. Llegó a ser bastante popular en el ejército - al igual que el arrianismo cristiano unos siglos más tarde - ya que su prédica de la indiferencia frente a las adversidades se condecía muy bien con el espíritu guerrero de las legiones. A su vez, las clases más altas se sintieron atraídas por su apelación a la “ciudadela interior” y, en ese entorno, intelectuales del calibre de Séneca, Epicteto y el emperador Marco Aurelio fueron los últimos exponentes del estoicismo.

La moral de los últimos estoicos romanos es sin duda admirable en muchos aspectos y, como ya se ha dicho, resulta sorprendentemente actual, dada la situación en que se encuentra Occidente. Pero hay algunas cosas que, no obstante, molestan y mueven a crítica. Una de ellas, probablemente la principal, es la falta del concepto de trascendencia. Para los estoicos que estamos comentando, los dioses existen, la fe en ellos existe, la Creación existe, la espiritualidad existe, el orden divino del Universo es real, pero en última instancia nuestra existencia terrenal es lo que tenemos y es lo único que tenemos – lo demás son meras especulaciones. Hablando de “el problema del mal” y de responder a las preguntas de “¿Por qué habremos de sufrir? ¿Por qué habremos de morir?” Hilaire Belloc comenta, respecto del estoicismo:  «Otro camino, que fue el favorito de la alta civilización pagana de la que surgimos – el camino de los grandes romanos y los grandes griegos – es el camino del estoicismo. En forma vulgar, podríamos llamarlo “la filosofía del sonríe y sopórtalo”. Algún que otro académico lo ha designado como “la religión permanente de la humanidad” pero por cierto que no es nada de eso; aunque más no sea porque no es una religión en absoluto. Esta actitud posee al menos la nobleza de enfrentar los hechos, pero no propone ninguna solución.» (Hilaire Belloc “Las Grandes Herejías”, Cap. 5 El ataque albigense)

Si bien esta actitud no resulta “completamente negativa” como Belloc afirma más adelante, es cierto que – considerando las cosas con profundidad – no ofrece ninguna solución sustancial. En alguna medida propone la virtud por la virtud misma – o  bien, según Séneca, como fuente de felicidad – lo cual por supuesto no es del todo incorrecto ni mucho menos está mal, pero no enlaza la virtud con la trascendencia; entendiendo esta última no como un “premio” a la virtud sino como el objetivo último de la vida virtuosa, que es la idea básica subyacente a la virtud cristiana no herética. En otras palabras: sin la trascendencia, la vida virtuosa poseerá motivos, pero se queda sin ese objetivo último que le da sentido en absoluto.

En Séneca, el resultado de esta ausencia de la noción de trascendencia se traduce en un rasgo particularmente desagradable del estoicismo: la justificación del suicidio. Y es un rasgo que en él no hay más remedio que tomar al pié de la letra desde el momento en que fue exactamente de ese modo que terminó con su propia vida. Por supuesto: no se trata aquí de una justificación del suicida sin consideración alguna por motivos o circunstancias. No es la cobardía ante la adversidad lo que para el estoico justifica el suicidio. Hay límites muy marcados para esa justificación: cuando a un hombre de honor ya le resulta imposible vivir una vida honorable, la decisión de continuar esa vida o ponerle fin queda en sus manos. O bien, como dice Séneca: para salir de la vida “la puerta está abierta” y es una decisión individual el cruzar – o no – el umbral que de cualquier manera en algún momento se tendrá que cruzar. Y forzoso es reconocer que Séneca hizo coincidir su acción con sus palabras. Contemporáneo de Nerón, eligió salir por esa puerta cortándose las venas antes que verse sometido a hacer el triste papel de corifeo del déspota degenerado.

Con todo, aun aceptando el ingrediente de orgullosa honorabilidad que hay en la actitud, la justificación no resiste el análisis profundo. Ya a primera vista se tiene la sensación de que a esa justificación le falta algo y, por poco que se lo piense, no cuesta mucho encontrarlo: le falta la noción de que la vida no es una propiedad individual sino algo sagrado. El individuo no tiene derecho a disponer de la vida a su antojo, en primer lugar porque la vida – su vida – es algo que le ha sido dado y, por lo tanto, no es de su exclusiva propiedad estrictamente hablando y, en segundo lugar, porque, aun teniéndola, no le es exclusiva desde el momento en que es algo de lo cual participa, siendo que la vida es un don compartido por muchos otros seres del universo. Considerándolo todo hasta las últimas consecuencias, lo cierto es que nuestra vida, en realidad, no es nuestra; nos es dada como una forma de participar, por un tiempo limitado, de un fenómeno universal cuyas causas últimas ignora hasta la más avanzada de nuestras ciencias y sobre cuya Causa Primera sólo la religión puede dar respuesta. Por eso es que a la pregunta de por qué nos fue dada sólo la religión puede contestar. Y es cierto que la filosofía, en principio, puede contestar a la pregunta de para qué nos fue dada. Pero la respuesta al “para qué” siempre será de algún modo insatisfactoria si no se ha contestado primero aquella otra del “por qué”. Nunca resultará del todo convincente una teoría que explique para qué vivimos si esa misma teoría no nos ofrece también al menos alguna idea de por qué lo hacemos.

No obstante, Séneca se deja leer con provecho. Más aun: se deja leer con placer, no sólo porque tiene algunas frases brillantes y lapidariamente certeras sino porque obliga a pensar y a repensar nuestros valores. Considerándolos en conjunto y habiendo hecho las salvedades del caso, lo que realmente asombra y sorprende en estos textos es que fueron escritos hace dos mil años atrás. Y no sólo sorprende su casi increíble actualidad sino que obliga a preguntarnos si, entre la miríada de escritores y escritorzuelos que hoy llenan las librerías con toneladas de publicaciones, acaso hay alguno – aunque sea uno solo – que, al igual que Séneca, soportaría el embate de veinte siglos sin perder vigencia.

El texto original utilizado para la presente traducción fue la versión inglesa de John W. Basore – publicada en Londres por W.Heinemann (1928-1935) en 3 Volúmenes. “De la Divina Providencia” pertenece al Volumen I y  “De la Vida Feliz” al Volumen II de dicha edición.

Denes Martos
Febrero 2009


LUCIO ANNEO SÉNECA
TRATADOS
MORALES
Traducción de Denes Martos
Edición Original: ca. 63 DC
Edición Electrónica: 2009